dimarts, 19 de juliol del 2011

20 anys¡¡¡ del gran Indurain




Després d´una gran etapa de 232 quilòmetres entre Jaca i Val Louron. avui es compleixen 20 anys del primer maïllot groc del tour de frança que indurain va posar-se com a lider del tour de França de l´any 1991.




«Ya está todo muy contado. No me gusta recordar», dice Miguel Induráin. Habrá que hacerlo por él: el próximo 19 de julio se cumplirán veinte años del inicio de su era, de sus cinco Tours. Aquella tarde en el descenso del Tourmalet se registró un seísmo. El terremoto Induráin se vistió por primera vez de amarillo. En un armario, el campeón navarro tiene guardada esa camiseta y también una colección de vídeos sobre sus triunfos. Regalo de un amigo. «No los he visto», confiesa. Abajo, en el garaje, duerme junto a otras la bicicleta con la que llegó aquel día a la meta de Val Louron en compañía de Chiapucci. ¿Y qué siente cuando la ve? «Me doy cuenta de lo que ha evolucionado el material y de lo rápido que pasa el tiempo». Veinte años ya.
A mediados de los años ochenta, José Luis Laguía era uno de los gallos del equipo Reynolds. Tenía galones. Pero José Miguel Echávarri, mánager del equipo, siempre le ponía tras un tal Miguel Induráin en la lista para hacer la prueba de esfuerzo. Laguía odiaba ese trámite. «Joselu, vente a Pamplona el jueves, a la Clínica Universitaria. Es para las pruebas», volvió a reclamarle Echávarri por teléfono, otra pretemporada más. E inmediatamente, le comunicó lo que Laguía más temía: «Vas detrás de Miguel».
Y entonces Laguía, que vivía en Cataluña, hacía la maleta y se despedía de su esposa para tres días. ¿Tanto duraba un jueves? El veterano escalador sabía lo que le aguardaba: llegaba a la clínica, se vestía de ciclista y se sentaba a la espera de que Induráin acabara su test físico. Siempre era lo mismo: el navarro destrozaba la bicicleta estática del laboratorio. Los mecánicos tardaban tres días en volver a ajustarla.
Cuando a Induráin no le conocía casi nadie, ya le temían los ciclistas. Cuenta Laguía en el libro 'Locos por el Tour', que en el primer año como profesional Induráin no dejaba de atacar. Esa era la orden de Echávarri y Unzúe, que le probaban, calibraban su talento. Y así en cada carrera. Los directores de los equipos rivales ordenaban a los suyos ir a por aquel bestia. Al principio obedecían; enseguida empezaron a hacerse los sordos. Perseguir a Induráin era suicidarse. No había lazo para el potro salvaje. «La verdad es que yo pensaba dedicarme al campo», declaraba el ciclista navarro. Al oficio familiar. Y no. Su profesión era el Tour.
Pero iba a ser una carrera lenta. El primer curso fue en el Tour del Porvenir de 1984. El Reynolds alistó a Gastón, a Carlitos Hernández, a Eduardo González Salvador... Y a Induráin, con 20 años recién cumplidos. El navarro venía directo de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles. Sin aclimatarse. Y ahí, en la contrarreloj de 30 kilómetros entre Lourdes y Tarbes, sucedió.
El chaval se había negado a correr con la 'cabra', la bicicleta especial. No le gustaban los cambios. Era un crío e impuso su criterio. Sin levantar la voz. No es no. Siempre fue así. Pedaleó sobre la bici normal. El busto inmóvil, perfecto, poderoso, y batió a todos, a Jean François Bernard, a Milan Jurco, a Ugrumov... Dos años después, el Tour del Porvenir fue suyo. Lo recogió en el Izoard, un mito alpino. En esa cima, Echávarri, Unzúe y el propio Induráin supieron que un día ganaría el Tour grande.
El segundo curso tuvo como tarima el Tour de Francia de 1988. Cuentan que le bastaba con subir una vez un puerto para archivarlo. Computadora. Mamó la esencia del Tour. Y en la edición de 1988, en la etapa que Cubino ganó en Luz Ardiden, Induráin asombró: entonces, su papel era trabajar en los puertos intermedios. Le tocó el Peyresourde. Le ordenaron tirar del grupo de favoritos y mantener a raya a los escapados. Pues bien, atrapó a los fugados, los dejó atrás y redujo el pelotón de los ilustres a una decena de dorsales. Los asfixió. Ya era un escalador.

Victoria en Cauterets

Se demostró en el siguiente curso, el Tour de 1989. En la etapa Pau-Cauterets. Delgado, líder del Reynolds-Banesto, había empezado a perder aquella edición al llegar dos minutos tarde al prólogo de Luxemburgo. 'Perico' no iba. El vencedor del Tour'88 declinaba un año después. A su sombra, a fuego lento y protegido por la figura de Delgado, crecía un portento de Villaba. Echávarri soltó el bozal de Induráin. El holandés Theunisse había atacado en el col de Marie Blanque. El navarro salió a por él cerca de la cima. Le cogió en el descenso y le dejó atrás en Bilheres en Ossau, en el país de los osos. Depredador. A Van der Poel, que andaba escapado, lo pisoteó en el Aubisque. No dejó supervivientes. Subía los colosos pirenaicos en la postura del pianista: sentado atrás, con las manos sobre el teclado del manillar. Sinfonía. Rotundo. Fignon y Lemond perdían cuatro minutos; Delgado, Roche y Breukink, más de ocho. Llegó solo a la cima de Cauterets, ganó sin levantar los brazos y le anunció al Tour el futuro que le esperaba: navarro.
Aunque no todavía. Echávarri y Unzúe decidieron que aún tenía un curso más que cumplir: el Tour de 1990. Optaron por Delgado como líder y el segoviano acabó cuarto. Induráin fue décimo, a doce minutos del Lemond, el vencedor. Diez de esos minutos, el navarro los sacrificó el día que quedó clara la inminencia de su era. «Perdió ese tiempo en la etapa de Alpe d'Huez -recuerda Unzúe- después de hacer lo mejor que le habíamos visto hasta entonces».
Y aquel destello fue así: Induráin se había pasado el día en el grupo de escapados. Por la Madeleine y el Glandon. Detrás, atacó Delgado. Induráin frenó. Le esperó y llevó a rueda al castellano durante veinte trepidantes kilómetros. Le dejó con dos minutos y medio sobre LeMond en la primera curva de Alpe d'Huez. Cumplida la mision, se relajó y subió al trantán. Diez minutos tarde. Ya estaba claro. Se había licenciado.
Y recogió el título amarillo el viernes 19 de julio de 1991. En la etapa Jaca-Val Louron. 232 kilómetros. Tremenda. De calor y puertos. De selección natural. Delgado y Bernard lo habían pasado mal en el Portalet y el Aubisque. 'Perico' no pudo ya con el Tourmalet. Cambio de líder en el Banesto, de tiempo, de ídolo. El Tour alunizaba en el 'planeta Induráin', que subía el Tourmalet con Lemond, Bugno, Chiapucci, Mottet y Fignon. Chiapucci desnudó a Lemond, fundido. Como Bugno y Fignon. La montaña no miente. Y se puso a gritar el nombre de Induráin. Eco sísmico.
El navarro saltó a por Chiapucci, que había atacado en la primera curva del descenso. El Tour se hizo vértigo. El coche del Banesto los perdió de vista. Era una locura. Una de las bicicletas que el vehículo de Echávarri llevaba en la baca saltó por los aires. Nadie se detuvo a buscarla. Nadie frenaba. Y menos, Induráin. Ni Chiapucci pudo seguirle. «¡Miguel, Miguel! Espera a Chiapucci», le ordenó Echávarri. Obedeció, claro. Y se repartieron los kilómetros y la tarta en la cima de Val Louron: para el italiano la etapa y para el navarro el maillot amarillo y el primero de sus cinco Tours de Francia. El campeón sereno.
Veinte años después, a Induráin, que es como era, le da como pereza recordarlo. «No soy nostálgico».

>(font d´informació el diario montanes, versió digital)

http://es.wikipedia.org/wiki/Miguel_Indurain


http://www.miguelindurain.es/