la gran zola Buud, olimpiadas Los angeles 1984
http://es.wikipedia.org/wiki/Zola_Budd
Correr, en sí, es fácil. Hasta los representantes más sedentarios de la especie humana recordamos haberlo hecho de pequeños, cuando echábamos partidos de fútbol o jugábamos a pillar en el patio, e incluso hoy somos capaces de improvisar una disimulada carrerita si vemos que se nos va a escapar el autobús. Pero aficionarse a correr con un poco de seriedad se ha convertido en una tarea mucho más compleja, en la que el debutante tiene que responder a preguntas sobre su tipo de pisada -¿eres neutro, pronador o supinador?- y elegir entre un catálogo interminable de zapatillas de diseño avanzado, atractivos prodigios de la ingeniería aplicada a la locomoción. Perdido entre explicaciones sobre amortiguación y control de la estabilidad, uno se acaba preguntando cómo hacían para correr hace mil o cien mil años, y lo peor es que quizá se acabe cruzando con la respuesta en cuanto salga a estrenar su flamante calzado: cada vez resulta menos raro toparse con aficionados que corren descalzos, sin ningún ingenio sofisticado entre la planta del pie y el suelo.
El ‘barefoot running’ se ha vuelto relativamente popular en Estados Unidos y se está introduciendo poco a poco en países como España. Bajo esa denominación se incluye la práctica de correr descalzo, significado literal del nombre, pero también el uso de calzado minimalista, muy alejado de las aparatosas zapatillas con sistemas de amortiguación. De hecho, muchos de sus partidarios -la palabra parece adecuada, dado que existe un encendido debate sobre este asunto- han llegado a la ‘liberación del pie’ tras años de experiencias desastrosas con el calzado deportivo. «Yo vivía inmerso en un mundo de lesiones. Corría con molestias, con miedo, con recuperaciones largas y tediosas. Correr me encantaba, pero me hacía daño: era una lucha interna, una relación de amor-odio. Entonces descubrí este cambio que solo requería ir descalzo, probé y empecé a notar que la cosa mejoraba. Ahora, correr se ha convertido en un placer: corro por correr, con una gran sensación de libertad», explica Antonio Caballo, un sevillano de Marchena que lleva más de año y medio prescindiendo de las zapatillas. Lo hace, al menos, en los entrenamientos, porque en las pruebas utiliza calzado minimalista: «No queremos ser bichos raros, ni los bufones del mundillo».
Porque no cabe duda de que un corredor descalzo sigue llamando la atención. Antonio Caballo ha logrado reunir en su pueblo un pequeño grupo de aficionados, con los que sale regularmente a entrenar, pero su amigo Antonio Carrillo es el único corredor descalzo de Alcantarilla, en Murcia. «Hay gente que se interesa, pero nadie se ha animado: prefieren seguir con sus plantillas y sus dolores de piernas -sonríe-. También los hay que me miran un poco raro, deben de pensar que estoy cumpliendo una promesa». Los dos Antonios son los fundadores de la web Correr Descalzo-Minimalista (www.correrdescalzos.es), punto de encuentro de una comunidad poco numerosa pero entusiasta. ¿Qué les ha aportado a ellos este cambio de paradigma? «En este tiempo, no he tenido lesiones, y eso que he corrido más carreras que en toda mi vida: maratón, media maratón, diez kilómetros, montaña… Mis tiempos se han disparado hasta donde nunca pensé que podía llegar», responde Caballo. Carrillo, menos centrado en la competición, ha podido olvidarse de su maldición del pasado, la periostitis tibial: «La primera vez que probé, hace dos años y medio, solo logré correr 600 metros porque me hice una ampolla en un pie, pero ya vi que no notaba mi problema. Antes, los que corrían 20 kilómetros me parecían casi ‘supermanes’. Ahora hago medias maratones y correr se ha convertido en una relajación completa, un disfrute, porque todo lo malo ha desaparecido».
Las Adidas de Bikila
En realidad, correr descalzo no es ninguna novedad. Y no hace falta remontarse a cuando nuestros antepasados prehistóricos galopaban detrás -o delante- de algún animal. Resulta inevitable evocar la figura del etíope Abebe Bikila, que ganó el maratón de las Olimpiadas de 1960 tras renunciar a las Adidas que le correspondían. También Zola Budd o Bruce Tulloh entrenaban y competían descalzos. Y, en África, sigue resultando una costumbre bastante común: este mismo año, la keniana Faith Chepngetich Kipyegon se ha proclamado campeona del mundo júnior de campo a través sin necesidad de zapatillas. Pero el ‘boom’ del minimalismo entre los aficionados de los países ricos está estrechamente vinculado a un libro, el apasionante ‘Nacidos para correr’, en el que el periodista Christopher McDougall desvela al mundo las peculiaridades de los tarahumara, un pueblo indígena mexicano. Los miembros de esta comunidad, que vive escondida en las escarpadas Barrancas del Cobre, son capaces de correr 200 kilómetros con unas finas sandalias de fabricación casera.
McDougall, que emprendió aquel viaje en busca de una técnica que le librase de sus lesiones y dolores, se ha convertido en un activista de los pies descalzos, que no pierde ocasión para clamar por la recuperación del placer de echar unas carreras. «Correr debería ser divertido -ha declarado a ‘Time’-. No debería ser un castigo por haber comido tarta de queso, que es en lo que lo hemos convertido. La gente se empeña en decir que te vas a hacer daño, que te vas a lesionar, que necesitas plantillas, que tienes que ir a un comercio especializado antes de intentarlo. Existe esta noción descabellada de que es una cosa muy dura». A McDougall le gusta recordar que el apache Gerónimo no se preocupaba por la fascitis plantar cuando corría 80 kilómetros por el desierto de Mojave para robar caballos, y que el faraón Ramsés II tuvo que renovar su reinado hasta pasados los 90 a base de carreras de larga distancia, y que los monjes japoneses del Monte Hiei recorren 80 kilómetros diarios en sandalias, pero, sobre todo, su lema es que no existe en todo el mundo un niño al que no le guste correr. «La técnica más segura y que mejor ha superado la prueba del tiempo es correr con los pies desnudos -insiste-. Los únicos que conozco que rechazan considerar la idea de que el calzado para correr es una mala idea son quienes lo venden».
Ahí quizá exagere: a bote pronto, cualquier persona ajena a este mundo se imagina pies lacerados de penitente, cubiertos de heridas y magulladuras. «El principal miedo que tiene la gente es a cortarse -asiente Antonio Caballo-, pero eso nunca ocurre: el cristal grande lo ves y el pequeño, por el poco apoyo del pie, no te hace nada». Pero habrá que elegir con cuidado el sitio por el que se corre, ¿verdad? «No se puede por terrenos de muchas chinas, como esos caminos que se crean al lado de las autovías. Tampoco la arena blanda es buena, porque te agotas antes y puedes sufrir una sobrecarga. Pero en montaña, a menos que haya muchas piedras, puedes correr sin ningún problema. Y el asfalto es una de las mejores superficies: el asfalto nuevo está liso y a veces es suave al tacto, y correr sobre él se convierte en un placer». Ese parece ser el concepto clave, el placer, que según quienes lo han experimentado puede volverse adictivo. «Desde luego, nosotros no hemos encontrado a nadie que dé el cambio hacia atrás: cuando pasas a correr descalzo o con zapatillas minimalistas, te estás quitando 300 gramos o medio kilo del pie. Es la diferencia entre ponerte un plomo o una pluma».
El ‘barefoot running’ se ha vuelto relativamente popular en Estados Unidos y se está introduciendo poco a poco en países como España. Bajo esa denominación se incluye la práctica de correr descalzo, significado literal del nombre, pero también el uso de calzado minimalista, muy alejado de las aparatosas zapatillas con sistemas de amortiguación. De hecho, muchos de sus partidarios -la palabra parece adecuada, dado que existe un encendido debate sobre este asunto- han llegado a la ‘liberación del pie’ tras años de experiencias desastrosas con el calzado deportivo. «Yo vivía inmerso en un mundo de lesiones. Corría con molestias, con miedo, con recuperaciones largas y tediosas. Correr me encantaba, pero me hacía daño: era una lucha interna, una relación de amor-odio. Entonces descubrí este cambio que solo requería ir descalzo, probé y empecé a notar que la cosa mejoraba. Ahora, correr se ha convertido en un placer: corro por correr, con una gran sensación de libertad», explica Antonio Caballo, un sevillano de Marchena que lleva más de año y medio prescindiendo de las zapatillas. Lo hace, al menos, en los entrenamientos, porque en las pruebas utiliza calzado minimalista: «No queremos ser bichos raros, ni los bufones del mundillo».
Porque no cabe duda de que un corredor descalzo sigue llamando la atención. Antonio Caballo ha logrado reunir en su pueblo un pequeño grupo de aficionados, con los que sale regularmente a entrenar, pero su amigo Antonio Carrillo es el único corredor descalzo de Alcantarilla, en Murcia. «Hay gente que se interesa, pero nadie se ha animado: prefieren seguir con sus plantillas y sus dolores de piernas -sonríe-. También los hay que me miran un poco raro, deben de pensar que estoy cumpliendo una promesa». Los dos Antonios son los fundadores de la web Correr Descalzo-Minimalista (www.correrdescalzos.es), punto de encuentro de una comunidad poco numerosa pero entusiasta. ¿Qué les ha aportado a ellos este cambio de paradigma? «En este tiempo, no he tenido lesiones, y eso que he corrido más carreras que en toda mi vida: maratón, media maratón, diez kilómetros, montaña… Mis tiempos se han disparado hasta donde nunca pensé que podía llegar», responde Caballo. Carrillo, menos centrado en la competición, ha podido olvidarse de su maldición del pasado, la periostitis tibial: «La primera vez que probé, hace dos años y medio, solo logré correr 600 metros porque me hice una ampolla en un pie, pero ya vi que no notaba mi problema. Antes, los que corrían 20 kilómetros me parecían casi ‘supermanes’. Ahora hago medias maratones y correr se ha convertido en una relajación completa, un disfrute, porque todo lo malo ha desaparecido».
Las Adidas de Bikila
En realidad, correr descalzo no es ninguna novedad. Y no hace falta remontarse a cuando nuestros antepasados prehistóricos galopaban detrás -o delante- de algún animal. Resulta inevitable evocar la figura del etíope Abebe Bikila, que ganó el maratón de las Olimpiadas de 1960 tras renunciar a las Adidas que le correspondían. También Zola Budd o Bruce Tulloh entrenaban y competían descalzos. Y, en África, sigue resultando una costumbre bastante común: este mismo año, la keniana Faith Chepngetich Kipyegon se ha proclamado campeona del mundo júnior de campo a través sin necesidad de zapatillas. Pero el ‘boom’ del minimalismo entre los aficionados de los países ricos está estrechamente vinculado a un libro, el apasionante ‘Nacidos para correr’, en el que el periodista Christopher McDougall desvela al mundo las peculiaridades de los tarahumara, un pueblo indígena mexicano. Los miembros de esta comunidad, que vive escondida en las escarpadas Barrancas del Cobre, son capaces de correr 200 kilómetros con unas finas sandalias de fabricación casera.
McDougall, que emprendió aquel viaje en busca de una técnica que le librase de sus lesiones y dolores, se ha convertido en un activista de los pies descalzos, que no pierde ocasión para clamar por la recuperación del placer de echar unas carreras. «Correr debería ser divertido -ha declarado a ‘Time’-. No debería ser un castigo por haber comido tarta de queso, que es en lo que lo hemos convertido. La gente se empeña en decir que te vas a hacer daño, que te vas a lesionar, que necesitas plantillas, que tienes que ir a un comercio especializado antes de intentarlo. Existe esta noción descabellada de que es una cosa muy dura». A McDougall le gusta recordar que el apache Gerónimo no se preocupaba por la fascitis plantar cuando corría 80 kilómetros por el desierto de Mojave para robar caballos, y que el faraón Ramsés II tuvo que renovar su reinado hasta pasados los 90 a base de carreras de larga distancia, y que los monjes japoneses del Monte Hiei recorren 80 kilómetros diarios en sandalias, pero, sobre todo, su lema es que no existe en todo el mundo un niño al que no le guste correr. «La técnica más segura y que mejor ha superado la prueba del tiempo es correr con los pies desnudos -insiste-. Los únicos que conozco que rechazan considerar la idea de que el calzado para correr es una mala idea son quienes lo venden».
Ahí quizá exagere: a bote pronto, cualquier persona ajena a este mundo se imagina pies lacerados de penitente, cubiertos de heridas y magulladuras. «El principal miedo que tiene la gente es a cortarse -asiente Antonio Caballo-, pero eso nunca ocurre: el cristal grande lo ves y el pequeño, por el poco apoyo del pie, no te hace nada». Pero habrá que elegir con cuidado el sitio por el que se corre, ¿verdad? «No se puede por terrenos de muchas chinas, como esos caminos que se crean al lado de las autovías. Tampoco la arena blanda es buena, porque te agotas antes y puedes sufrir una sobrecarga. Pero en montaña, a menos que haya muchas piedras, puedes correr sin ningún problema. Y el asfalto es una de las mejores superficies: el asfalto nuevo está liso y a veces es suave al tacto, y correr sobre él se convierte en un placer». Ese parece ser el concepto clave, el placer, que según quienes lo han experimentado puede volverse adictivo. «Desde luego, nosotros no hemos encontrado a nadie que dé el cambio hacia atrás: cuando pasas a correr descalzo o con zapatillas minimalistas, te estás quitando 300 gramos o medio kilo del pie. Es la diferencia entre ponerte un plomo o una pluma».
(font informació correrdescalzo.com)
Tras seis artículos de experimentos, sensaciones y experiencias debo daros las gracias por el salto de fe que habéis hecho junto a mí hasta el día de hoy. La organización que hemos dado a los artículos no nos ha permitido hasta ahora ofreceros la explicación que os promete el título de esta entrada y que merecéis desde hace tiempo. En su momento pensamos que quizás ésta debería haber sido nuestra primera exposición de por qué debemos repensar lo que nos ponemos en los pies pero al final apostamos por empezar con algo más directo y personal.
En este artículo pongo todo mi cariño para poder haceros llegar lo que para mí fue como un flechazo directo con el barefoot ya que no es tan sólo algo lógico desde un punto de vista evolutivo, algo liberador desde un punto de vista antropológico sino que es toda una confirmación científica desde un punto de vista biomecánico.
Cuando hablamos de la parte científica tras el movimiento barefoot que ha aparecido en los pasados años en Estados Unidos surge un nombre por encima de todos: el Dr. Daniel E. Lieberman. Este caballero es profesor de antropología en la prestigiosa Universidad de Harvard en la cual ha desarrollado estudios sobre la evolución del hombre y su comportamiento biomecánico actual. En su página personal ya nos propone parte del objeto de sus estudios con preguntas muy atractivas:
Cuándo, cómo y por qué los primeros homínidos se volvieron bípedos?
Cuándo, cómo y por qué los humanos se convirtieron en tan excepcionales corredores de larga distancia?
Cómo funciona el pie humano al correr con y sin zapatillas?
Cómo los humanos mantienen el equilibrio al permanecer estáticos, caminar y correr?
Supongo que estaréis de acuerdo en que es una temática más que interesante y que plantea incertidumbre sobre temas que nos tocan muy de cerca cuando salimos a correr. La primera sacudida que dio el Dr. Lieberman a los cimientos del mundo del running data del 28 de enero de 2010 en un artículo publicado en la revista Nature titulado: Patrones de pisada y fuerzas de colisión entre corredores descalzos y calzados (Foot strike patterns and collision forces in habitually barefoot versus shod runners).
El contenido del artículo original puede recuperarse con material audiovisual adicional en la página del Departamento de Biomecánica de Harvard dedicado al barefoot. En este último enlace podéis encontrar toda la justificación científica que queráis para darle sentido a salir a correr descalzo o cambiar vuestras zapatillas amortiguadas por unas más minimalistas. No lo digo yo, lo dice un científico e investigador de Harvard con estudios y pruebas empíricas. Obviamente es un incondicional del barefoot y él mismo lo practica.
Mucho de lo que dice es fácilmente interpretable por contexto pero me he permitido hacer una pequeña transcripción para que nadie se pierda ningún detalle ya que creo que va a ser muy difícil que mis palabras sean más acertadas que las suyas (sólo está transcrito lo dicho por el Dr. Liberman):
He sido corredor toda mi vida y he corrido con zapatillas casi todo ese tiempo pero como resultado de esta investigación pensé que debería probar a correr descalzo y debo decir que realmente lo he disfrutado y que ha sido muy divertido.
Los humanos han corrido como poco durante dos millones de años y durante la mayor parte de ese tiempo lo han hecho descalzos y la zapatilla moderna para correr se inventó a mediados de los años 70. Ahora tenemos la idea de que para correr necesitamos un par de zapatillas, es una afirmación muy común. Pero de hecho no es verdad, en realidad para correr no necesitas zapatillas sino pies.
Probablemente haya dos etapas en la evolución del pie: inicialmente el pie evolucionó para caminar y también para escalar arboles pero en algún punto de la evolución humana, pensamos que hace unos dos millones de años aproximadamente, hubo un gran cambio medioambiental en África en el cual las zonas boscosas desparecieron y dieron lugar a las sabanas. Y en ese punto nuevas comidas empezaron a aparecer y una de ellas evidentemente fue la carne de los antílopes de las praderas. Así que para poder cazar el hombre empezó a evolucionar hasta conseguir correr. Y en lo que somos buenos es en correr a velocidades que haga a los animales galopar y si lo haces bajo el calor durante un periodo largo de tiempo eso hará que ese animal se sobrecaliente puesto que los cuadrúpedos no pueden galopar y transpirar (bajar la temperatura corporal) a la vez. Así que imagina que vas tras a una gacela, un kudu o algún otro animal, si puedes perseguirlo y hacerlo galopar entre diez y quince minutos ya tienes comida.
Queríamos saber cómo corría la gente sin zapatillas antes de que ésta fuera inventada porque la gente ha estado corriendo durante millones de años y en realidad no sabíamos mucho de cómo corre un corredor descalzo y cómo de bien pueden hacerlo. Así que empezamos a traer al laboratorio a corredores que habitualmente lo hacen descalzos para ver como usaban su cuerpo y sus pies.
Lo que descubrimos fue que los corredores descalzos corren de manera bastante diferente que el típico corredor calzado. La zapatilla tiene un gran tacón diseñado para sentirse muy cómodo aterrizando con el talón así que muchos corredores descalzos impactan con el talón para luego impactar con el resto del pie.
Así que cuando pisas con el talón tu cuerpo hace una parada en seco, hay mucha masa y hay un impacto, una fuerza rápida. Es lo mismo que tener a alguien golpeándote con un martillo en el talón con una fuerza equivalente a dos o tres veces tu peso corporal. Así que cuando empezamos a traer corredores descalzos al laboratorio descubrimos que no les gustaba hacer eso ya que habitualmente impactan con la parte delantera del pie pero no de manera muy pronunciada. Suelen aterrizar en las cabezas del cuarto y quinto metatarso y entonces bajan el talón. Y fue entonces cuando vimos que no tenían ese gran pico de impacto propio de los corredores calzados.
Así que lo que hacen los corredores descalzos es pisar con la parte delantera del pie y dejar que el talón repose después permitiendo convertir lo que de otra manera sería una frenada en seco, una deceleración vertical de la pierna, en energía rotacional.
Muchos corredores se lesionan y suele ser en gran medida lesiones por stress repetitivo. Una hipótesis es que el impacto causado por pisar con el talón que genera esa gran transmisión de impacto puede tener unas repercusiones en forma de lesión y se asocia con dolor en los tejidos suaves del pie, con periostisis y que puede causar otros tipos de lesión. Así que nuestra hipótesis es que los individuos que no pisan con el talón y que evitan esos grandes impactos aterrizando con la parte delantera del pie pueden ser menos proclives a sufrir este tipo de lesiones.
Así es que hemos estado estudiando corredores descalzos durante bastante tiempo: fuimos a África y grabamos a gente que nunca había llevado zapatillas y que corrían veinte kilómetros al día así que decidí que debería probar por mí mismo correr descalzo. Así que el verano pasado mientras corría simplemente decidí quitarme las zapatillas y descubrí que era increíblemente divertido y desde entonces empecé a correr descalzo de manera frecuente y debo decir que me encanta y se siente genial. Dejé de pisar con el talón y ahora piso con la parte delantera. Es genial.
Conocí al Doctor Lieberman gracias al capítulo 25 del magnífico libro Nacidos para correr al igual que muchos de vosotros.
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